Lo último que recuerdas es que estabas comiendo tranquilamente en la taberna que te gusta frecuentar en los barrios bajos, tenías que gastar esas monedas, que tan generosamente se habían dejado atrapar en esa apuesta amañada que organizaste.
Ahora, un cuarto oscuro te rodea, lleno de esqueletos inmóviles, pero una leve brisa lleva sus susurros, no los escuches, porque quieren arrastrarte con sus pecados.